El final de una historia 31 12 2011
El viernes al filo del medio día, después de haberse recuperado de los estragos de la parranda, los amantes clandestinos pactaron su cita amorosa. Labios hinchados con pequeñas heridas y consciencia rasgada había sido el saldo de la noche anterior, más el llanto de la esposa por la preocupación y angustia de no saber dónde andaba el marido.
Una vez más la mentira puso velo a la realidad, pero éste no logró encubrir el daño inflingido; La duda, el golpe a la confianza –que es de vidrio-.
Quedaron de verse en Perisur, en media hora. Él salió del trabajo y abordó un taxi consumiendo sus últimos recursos pero ganando más tiempo con ella. Al bajarse del auto tuvo una sensación, que al no poder describirla, le llamaré “aviso de consciencia”.
Se adentró en el tumulto de almas perdidas. Algo no andaba bien.
El aviso de consciencia más la ansiedad colectiva lo desordenaron; no estaba tranquilo.
Tomó las escaleras eléctricas y ya en la altura hizo un escaneo panorámico del centro comercial para ver si detectaba caras conocidas, alimentando así una especie de paranoia. El nervio y la emoción crecían conforme se iba acercando al lugar pactado; mucho para la consciencia, mucho para el corazón, mucho para la razón.
-Un doctor recomendaría alejarse de este tipo de estímulos para el organismo.
Se vuelve como una intoxicación de los sentidos y se siembran terribles confusiones en el ser, las cuales a su vez, originan debates internos que no encuentran respuesta y se corre el peligro de ceder la suerte de uno, a razones mágicas y poderosas, las cuales son lejanas y ajenas al entendimiento; pero esto resulta demasiado arriesgado y es imposible saber todas las implicaciones, a diferencia de una decisión tomada a consciencia, donde las variables son mesurables y los cálculos confiables.-
Llegó y esperó. Estaba incómodo. Miraba queriendo no ser visto,
Aquello era un mundo de ojos hipnotizados y miradas voraces.
A lo lejos, la descubrió. Fue fácil detectarla entre la multitud.
Se acercaba… sonreía y brillaba.
Se veía hermosa;
En verdad la amaba.
…y se miraron.
Un pequeño beso y se abrazaron.
Él no pudo sumarse; se temía descubierto y reconocido por alguien.
Se sentía observado; miles de pares de ojos viendo sin mirar y un sólo par, fijo en él.
Se sintió expuesto y vulnerable.
Después del abrazo se tomaron de la mano y se encaminaron a buscar un sitio dónde comer. Ella preguntaba por un antojo y él sólo pensaba en cómo escapar de ahí.
- Es mucha gente, vámonos.
Acabaron en el mismo restaurante del día anterior,
donde dieron aquél espectáculo al aire libre, en los portales con vista a la plaza con kiosco,
donde dieron rienda suelta a su amor en una noche de tiempo sin tiempo en un no lugar.
Se instalaron, comieron y charlaron. Estaban crudos y cansados. Eran cariñosos.
De regreso, ella le dio aventón al trabajo. Conversaban acerca de lo mal que se sentían;
Compartían cruda moral, no obstante ambos se refugiaban en su amor y querían darle la razón al destino. Pero la infidelidad no deja de ser debate. Él le platicó de Renate, amiga de su esposa. Era amante de un señor casado, con familia e hijos. En su momento, el ahora adúltero fue tajante y la consideró una estúpida por ponerse en tal situación y prestarse como instrumento para causar daño a terceros. Su esposa estaba de acuerdo.
El estandarte del amor es estúpido en casos así, no tiene autoridad para consentir el engaño.
Lo dejó en el trabajo, había quedado de verse con la persona a la que el día anterior había plantado “por causas ajenas a su voluntad”.
Se despidieron y se pusieron de acuerdo para verse al día siguiente.
Al cabo de un rato él salió de la oficina., el personaje citado se la cobró y no se presentó.
Ella, como si lo hubiera percibido, le llamó en ese momento…pelearon; una vez más, como siempre. Le esgrimió de nueva cuenta argumentos elocuentes e incisivos que no hacían más que señalar la mierda en la que se revolcaba. Él sabiendo ya esto, tenía que soportar además, que le lanzara más de esta a la cara;… pues no señor, y bastante alterado le colgó.
Llegó a su casa, eran las nueve y no había nadie. No tenía saldo en el celular y el teléfono cortado por falta de pago. Se puso nervioso. Se puso ansioso y al poco rato desesperado.
En alguna ocasión, su esposa lo dejó llevándose al hijo y supo de ellos hasta el día siguiente. Durante el resto de esa noche y la madrugada se embriagó en un bar para no caer víctima de la locura por la sola idea de pensar en vivir sin su hijo, sin convivir y sin crecer con su hijo…no soportaba la idea. No se soportaba.
Ahora estaba en una situación similar. Caminaba histérico de un lugar a otro, desesperado y bufando. Era devorado por la angustia y elucubraba situaciones en donde él había sido descubierto y su esposa puesta en aviso. Sabía el itinerario para ese día.
Le llevaría al suegro una medicina y acompañaría a Renate al súper. Aquellas diligencias no cubrían un horario tan extenso, además es inadmisible que el ritual para dormir al hijo se posponga, bajo ninguna circunstancia. No era una situación normal.
Había sido descubierto.
La idea le taladraba el cerebro. Revisó la recámara y el cuarto del niño. No había cajones abiertos ni ropa tirada. Las maletas estaban en el clóset. No había señal de catástrofe y se tranquilizó un poco. Pasaron dos horas más de cigarros; había bajado al departamento vecino, donde tenía una habitación a su disposición misma que le rentaba a un amigo que usaba el departamento como oficina. Es donde se refugia cuando quiere estar sólo, donde muchas veces pasa la noche sólo. No fue hasta el quinto cigarro que se le ocurrió checar si el teléfono de esa oficina tenía candado para llamadas de larga distancia o a celulares.
No lo tenía. Llamó a la esposa; no contestó. Llamó una y otra vez sin suerte.
Cada llamada sin respuesta era un golpe al alma, alimentaba la angustia y lo debilitaba.
Sin pensarlo subió a su casa y con luces apagadas se puso a mirar por la ventana.
Esperaba verla llegar, que fuera en cualquier momento. De pronto descubrió el coche estacionado en la calle y bajó para cerciorarse. Era el suyo y se tranquilizó. Volvió a su casa más calmado, con la certeza de que no había sido dejado por su esposa.
Ahí estaban el coche, y la casa en orden.
A las doce de la noche oyó las llaves abriendo la puerta. Se incorporó de la cama y fue al encuentro. La esposa entró sola. El semblante era rudo pero su cara estaba descompuesta.
-¿Dónde estabas?
¿Y mi hijo?
-Fui con Renate a Perisur.
Al día siguiente no fue al trabajo, aunque fue lo que dijo al salir de casa.
Bajó a escribir la carta de despedida. Y recordó el todo en un instante...escribía con ojos empañados. No pudo despedirse de otra forma, no supo cómo mirarle a la cara para decirle que a pesar de ser almas gemelas y de que ella vive en él, no es en esta vida donde se podrían juntar.
Mms. . .
ResponderEliminarpinche angustia, con esos sustos no dan ganas más que de portarse bien y caminar derechito.
Buena narración.
Abrazo.
Hvs.