martes, 3 de noviembre de 2009

Para Bernardo

Cuenta la leyenda que era arquitecto del taller Max Cetto, de la facultad de arquitectura de la UNAM.
Fue con sus compañeros al viaje del semestre a la ciudad de Oaxaca en el mes de noviembre para ver las celebraciones del día de muertos.
Fueron en camión, éste salió de la facultad en la tarde a eso de las 6. Para las 8 no habían siquiera logrado salir de la ciudad y ya estaban todos pedos, hasta los maestros...pero él no.
No es que fuera antisocial, de hecho se relacionaba bien con la gente y se llevaba bien con sus amigos; es sólo que en realidad, preferia estar sólo. Por lo mismo el viaje se le hizo pesado, todos en la juerga y él nomás asomado por la ventanilla. De vez en cuando intercambiaba carrilla y era el interlocutor entre el grupo de arquiebrios y el chofer. Varias veces le había pedido que parara para ayudar a los alumnos o maestros a bajarse del camión y poder guacarear...la mayoría fueron mujeres.
Al llegar a Oaxaca todos se fueron al centro de la ciudad, a un hotel ubicado en la plaza del centro.
Él tomó un taxi con rumbo a Hierve el Agua, un pueblito a unos 20 minutos de la ciudad.
Una amiga le había dejado su cabañita para que el se alojara ahí durante el viaje y así poder estar sólo y ahorrarse lo del hotel.
Al día siguiente se despertó temprano para irse a desayunar la rica y famosa barbacoa del mercado de Tlacolula. Era 2 de noviembre y el pueblo estaba adornado de Cempazúchitl y olía a leña quemada. Mucho color, mucha gente, muchas flores.
Estaba dando un paseo, el paisaje y sus componentes lo tenían maravillado, no obstante sentía una vibra muy rara en el ambiente.
Sin darse cuenta había llegado a un hermoso paraje, tal vez atraído por los árboles milenarios y enormes que habían trazado su ruta . De pronto se percató de que estaba en el cementerio del pueblo, muy cerca del mercado. Una extraña relación de espacios pero que resultaba bastante práctica y funcional en esta fecha.
Se había dado cuenta de que era el cementerio porque de pronto algo atrajo su mirada al suelo y fue cuando cayó en cuenta de que estaba pisando una tumba.
Espantado dio un brinco y sintió un escalofrío a manera de latigazo recorrer todo su cuerpo.
La tumba no tenía lápida y estaba entre los árboles, en pleno jardín.
Sólo la laja de piedra semienterrrada con la inscripción del ser humano que había dejado huella en la vida de sus familiares, amigos y ahora en la tierra.
El muerto yacía verdaderamente en el paraíso.
Siguió caminando adentrándose y conforme lo hacía iba creciendo la población enterrada, toda ella delimitada por piedras y veladoras, lápidas y ofrendas en la mayoría de los casos.
Llegó a un punto donde había sobrepoblación de vivos y de muertos en sus tumbas o en sus minimausoleos o capillas, todos adornados y ofrendados. Era un verdadero día de campo, una fiesta. Los familiares, toda la gente reunida en torno a la morada eterna del ofrendado en cuestión compartiendo la comida y el mezcal. Podía haber sido una escena de alguno de estos pintores que representaban el día de campo de señoras de vestido largo con crinolinas y hombres con traje y sombrero de copa...sólo que en un cementerio en un pueblo de Oaxaca.
Siguió caminando entre tumbas y lápidas, entre vivos y muertos.
A nadie le llamaba la atención su presencia evidentemente extranjera.
Observaba la costumbre o ritual, se detenía en las ofrendas más hermosas y en las tumbas qué más llamaban su atención; las pequeñas y diminutas, las de los niños.
Algunas contaban con pequeñas vitrinas que guardaban el roponcito del bebé y en algunos casos fotos, además del cristo crucificado y ensangrentado o la virgen María.
Estaba mirando una de estas cuando de pronto un hombre, sentado en la tumba de algún familiar que compartía lote con la tumba del niño que estaba contemplando, le ofreció, con ojos llorosos, un mezcal. Se quedó a beber con la familia, con los presentes en cuerpo y los ausentes en alma.
Las mujeres reían y estaban felices, los hombres lloraban...se empedaban.
Las mujeres también bebían el mezcal, y también se empedaban.
Las conversaciones eran en torno a los difuntos y a lo que habían compartido con ellos en vida.
Eran muy amables y no dejaban de llenarle el vaso con mezcal y el plato con barbacoa,
lo trataban como si fuera del pueblo o incluso, de la familia.
Gente cálida y cariñosa.
Se desvivían por atenderlo,
como si su presencia fuera una especie de designio secreto que sólo ellos conocían.
Los muertos homenajeados por la familia eran varios, muchos. El niño Joselito y el abuelo Rubén.
La abuela María, su hijo Tomás, el primo Jacinto y la hermana de éste, María Graciela.
El hermano del abuelo, don Venustiano y su esposa Ricarda y otros tantos más.
Después de haber estado toda la tarde con vivos y muertos celebrando la vida y la muerte,
ya en el ocaso del día, se despidió con besos y abrazos, yo te quieros y somos hermanos.
Podría decirse que fue la única ocasión en que celebró un 2 de noviembre, fue la única ocasión en que sintió cariño y brindó por muertos que no conoció.
Emprendió su regreso a la ciudad de Oaxaca. Se iba a reunir con el grupo en un antrín para bailar salsa y ponerse la peda. A eso de la 9 llegó a la disco y sus maestros le recriminaron el haberse ausentado y perdido el itinerario cultural y académico. El viaje tenía otro propósito, además del de la fiesta, le decían. Que los que no habían ido estaban en la universidad tomando sus materias.
Él estaba muy pedo y ensimismado como para poner atención en las memeces que le decían.
"Pero hoy aprendí mucho"...es lo único que les dijo.
Se sentó en la mesa con varios amigos y su maestro Humberto. Un maestro en toda la extensión de la palabra; le había abierto los ojos para ver y entender la arquitectura. Compartir la mesa con él era un verdadero deleite. Lecciones de todo tipo, de la vida, la arquitectura y carcajadas al por mayor. Humberto no podía dejar de pensar con arquitectura y en arquitectura.
Compartir la mesa con él implicaba una gran producción de croquis en servilletas o manteles rayados. Esa vez no fue la excepción.
Se estaba levantando de la mesa para ir a descargar los litros de mezcal cuando pidieron la cuenta;
- No te hagas pendejo cabrón!!
- No taaardo mamón!!
Cuando salió del baño ya no había nadie, estaba el local vacío.
Se asomó y vio en la entrada un pequeño grupo, se acercó y vio que estaban en discusión acalorada con meseros y músicos del lugar.
De pronto uno de ellos gritó "Ese cabrón también!!"
En un instante le brincaron unos 10. Músicos y meseros, se le dejaron ir a madrazos.
Golpes por todos lados y patadas en los huevos, él nomás se hizo concha. Julio paró un botellazo que iba directo a impactarse en su cráneo.
Todo se detuvo cuando gritó "Mis lentes!!! Mis lentes!!!"
Habían salido volando y le preocupaba más perderlos que perder sus huevos...es que sin ellos no veía ni madres. Para ese momento no quedaban más que él y Julio ahí adentro...Julio logró calmarlos y salieron del lugar. El pobre madreado hecho un mar de lágrimas y sobándose los huevos. El único que quedaba fuera era Humberto, los demás se habían marchado para seguirla en otro lugar. Julio se fue a alcanzarlos. Humberto se quedó acompañándolo, los dos sentados en la banqueta. Uno sobándose los huevos y llorando y el puto de Humberto dicéndole "te los zobo, yo te los zobo"...inevitablemente la risa se colaba en el llanto.
- Vamoz, vente...vamoz con el grupo a seguirla.
- Ve tú, yo ya me voy.
Humberto se fue y él se quedó en la banqueta un rato más. Esperando a que se le pasara el dolor.
El de cabeza era insoportoble, estaba aturdido y mareado. La golpiza fue bárbara y tenía miedo.
Después de un rato se logró levantar y se encaminó a la plaza. No estaba lejos. Seguía llorando.
Al llegar a la plaza le sorprendió el vació, estaba desolada. Vio la luz de un local prendida y se encaminó hacia ella. Era una cantina. Entró y pidió un mezcal.
Había unas personas y el silencio era absoluto, como si estuviera sordo. El miedo se apoderó de él de nueva cuenta. Tal vez la madrina había generado consecuencias graves en su cabeza: seguía mareado más por los golpes que por el alcohol.
Intercambiaba miradas con los del lugar y las que le dirigían eran de mucha mala vibra.
Se incomodó y salió del lugar. Todo oscuro y en silencio. Volteó para mirar qué camino tomar y en eso el corazón le dio un vuelco y el terror se apoderó de él. Un cuerpo de mujer vestido de blanco y con cabeza de caballo lo estaba mirando fijamente desde la otra esquina y sintió que esos ojos le robaban el alma. Instintivamente huyó emprendiendo una carrera a velocidad inusitada y después de una cuadras tropezó por voltear a ver si no lo venía siguiendo aquel engendro del mismísimo infierno. La caída fue tremenda, levantó poco a poco la mirada para serciorarse de que estaba fuera de peligro y lo que vio le llenó de pánico y escalofrío de nueva cuenta; Delante de él, como si los espectros realmente existieran y fueran algo tan natural como el día o la noche, había una figura tapada con una manta negra, levitando unos centímetros sobre el suelo, con una daga que movía diestramente con una mano mientras decapitaba un pollo sujeto con la otra.
Se levantó de un brincó con los ojos empañados por las lágrimas y salió destapado de nuevo. Ahora lo que más le preocupaba era perder la razón. Siguió corriendo por su vida a velocidad adrenalina y miedo, los latidos del corazón empataban el número de zancadas que daba por segundo. Aceleró aún más el paso al sentir que iban detrás de él. Se atrevió a voltear y lo que alcanzó a ver le produjo un frío glacial que le congelaba la sangre de las venas; Era una figura casi humana, desnuda y semicubierta de pelo corriendo en cuatro patas, las traseras como de lobo y la cara de humano con expresión animal y desquiciada. Corría y berraba. Las lágrimas se le desbordaban y le impedían ver nítidamente. Lleavaba corriendo sin parar unos 10 minutos y de pronto se detuvo abruptamente al llegar a una esquina. Otro escena terrorífica; vio una mujer vestida de novia cargando de los pelos la cabeza de un infante caminando lentamente por la calle; ella se le quedó mirando, él petrificado y aterrorizado. Eran unos ojos negros, totalmente huecos, vacíos... se los clavaba mientras seguía caminando y la cabeza de la mujer dio un giro de 180 grados al doblar la esquina. Echó a correr de nueva cuenta despavorido, corrió varias cuadras y en eso vio un zagúan abierto y bien iluminado. Se dirigió hacia éste y entró atropelladamente gritando por auxilio. No había nadie. Encontró un altar con ofrenda y unas mesas adornadas con flores, pan de muerto, comida y mezcal. También había fotos de personas.
Le resultaban familiares y esto le produjo cierto desconcierto...también estaba la suya.
Se sentó en una silla y se echó a llorar amargamente.
No dejaba de repetirse que se estaba volviendo loco, que qué estaba pasando, por dios.
En eso escuchó una voz :
- "Tranquilo muchacho, estarás bien aquí con nosotros".
Levantó la mirada, habían varias personas. Se quedó líbido.
Eran el abuelo Rubén y el niño Joselito, María, Tomás, don Venustiano, Jacinto y María Graciela.

3 comentarios:

  1. Ay'jo de la chingada. . . ahora sí me dió frío. Es la segunda vez, en menos de 24 horas, que mi nombre está relacionado a la muerte. . .
    Buen relato, me pareció reconocer en él, la historia de una partida de madre y posterior intento de sobada que un amigo me contó una vez.
    Saludos.

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  2. Excelente final. Nada como acudir a tu propio entierro sin darte cuenta... creo que preferiria acudir a mi entierro que a la hora de mi muerte, a esa, como a todas mis citas, quiero llegar tarde.

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  3. Vientos Gabo!...nomás nos falta leer tu cuento. o qué, te da miedo?

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