viernes, 4 de septiembre de 2009

El título se lo pones tú

Era la noche, altas horas.
Había estado trabajando todo el día sin poder siquiera levantarse de su silla.
A través de su trabajo había encontrado la definición del tedio y sin embargo, aparecía todos los días puntual y exactamente a la misma hora como si de éso dependiera su vida.

Era un hombre servil y sumiso. Cabeza gacha, difícilmente te encontrabas con sus ojos al hablar pero si sucedía por error, accidente o casualidad, de inmediato evitaba horrorizado el contacto visual buscando el piso o la pared, cosa que deseperaba a todo mundo. Nadie tenía la menor intención de hurgar o de descubrir algo en él. De hecho, nadie tenía la intención siquiera de conocerlo.
Absolutamente nadie, pero nadie en esa oficina, tenía curiosidad de saber quién era él o cómo era su vida, pero de algo estaban seguros...querían evitarlo a toda costa como si de algún ser maldito o maldecido se tratase.

Las 12:30 ya.
De pronto, se descubrió a sí mismo ordenando el escritorio con riguroso y obsesivo orden.
Lo del cajón al cajón, la basura al bote, el clip a la cajita y papeles perfectamente acomodados en paralelo y perpendicular a las líneas que delimitan su mundo. Su vida era sólo el trabajo, nada más. Tampoco esperaba más. Hacía mucho tiempo que nada extraordinaro le sucedía, ninguna sacudida; había abandonado, más por olvido que por convicción, toda esperanza de que algo nuevo y significativo le sucediera. No había motivación alguna, no experimentaba deseo alguno, no se drogaba, no era alcohólico ni pederasta. Tampoco pertenecía a alguna secta secreta, no se torteaba a mujeres en el metro ni violaba viejitas en el parque saliendo del trabajo.
En realidad, era nadie. Tan sólo se daba cuenta de su existencia por el sólo hecho de ir a trabajar.

Se levantó de su silla como si de algún ritual religioso se tratara y miró a su alrededor. Estaba sólo, pero ahora ni siquiera había personas en la oficina.
Se encaminó a la salida mirando al piso poniendo especial cuidado en seguir la línea recta dibujada por el patrón de la alfombra. Ningún jefe había dibujado dicha línea, así se le dice al diseño y acomodo de las piezas modulares de la alfombra o recubrimiento para el piso, plafón o pared.
Se topó con la puerta, ni así levantó la mirada. Apagó la luz y el velador molesto, guardó el libro vaquero para abrirle la puerta. El hombre salió diciendo buenas noches pero nadie le contestó.
Salió a la calle; todo estaba oscuro y quieto, silencio absoluto. Caminaba como autómata, otra vez, sin levantar la mirada del suelo. La calle parecía desierta pero era habitada por alimañas nocturnas y uno que otro perro buscando qué comer de la basura.
Ni éstos se tomaban la molestia de voltear a verlo.
Seguía caminando dando vuelta donde tenía que darla sin voltear a buscar alguna referencia para saber por dónde andaba. Caminaba buscando, sin perder la línea recta dibujada en la banqueta entre tableros de concreto, su sombra proyectada intermitentemente en el suelo por una que otra farola que dibujaba su silueta . -"Ése soy yo, ése soy yo" se repetía.

Al dar vuelta por tercera vez a la izquierda, después de haber doblado otras tantas a la derecha, algo, al fondo de la calle, hizo que por fin levantara la mirada...era una luz intensa y un baile carnavalesco de sombras que parecían querer treparse frenéticamente a los edificios o violarse las fachadas. De pronto se dio cuenta de que existía, pues los latidos de su corazón los sentía en los oídos, golpeaban su pecho y podría decirse que sentía la sangre correr.

Estaba sintiendo...estaba sintiendo!

De pronto era emoción, o felicidad, o una mezcla de las dos. Puso cara de loco y con gran entusiasmo se encaminó rápidamente y lleno de curiosidad -otra sensación- hacia aquella escena al final de la calle. Había pisado charcos salpicando sus zapatos y pantalones y perdido la línea recta del pavimento sin haberse desquiciado. Pareciera como si se encaminara al encuentro con la verdad absoluta o al encuentro con el creador, tal vez al encuentro de la felicidad o de un destino, por lo menos, distinto al de la vida en la oficina. De plano, ya iba corriendo y sin dejar de mirar las sombras danzantes en la fachada que tenía enfrente. A punto de llegar a la esquina de donde salía la luz intensa frenó la carrera abruptamente; jadeaba y seguía teniendo la cara de loco feliz y en un gesto de valor para sorprender a la sorpresa, se asomó para descubrir qué era aquella orgía de luz y sombras...

Su expresión era ahora la locura materializada;
la locura hecha hombre.
Se quedó yerto y con los ojos desorbitados.

- Es posible que su renuencia a mirar a las personas a los ojos o a otra cosa que no fuera el suelo naciera de un miedo irracional inspirado por el mito de la Medusa; o por las "enseñanzas" de la religión católica con las que le habían lavado el cerebro de pequeño: culpa, miedo, pecado y castigo dieron forma a su persona y hoy que, en un arranque heroico y de valor supremo se había atrevido a desechar tales vilezas para encontrarse en alguna cita con el destino, se encontró con que el mirar era el pecado y la cara poseída por la locura y los ojos desorbitados, el castigo.-

Estaba pálido cuasi transparente y se había tragado el habla. El torrente sanguíneo que por unos instantes le había inyectado un río hirviendo que describía toda la anatomía de su cuerpo y que le hacía sentirse vivo, ahora era un río glacial petrificado que le quemaba cada molécula de su ser produciéndole un dolor terrible e insoportable que le hizo desplomarse.

De pronto, se descubrió a sí mismo queriendo ordenar su escritorio pero ya estaba ordenado.
Era el mismo contexto y sin embargo lo percibía con un sabor muy raro...lo sentía como su contexto pero descontextualizado...
Y la confusión se apoderó de él. "Estaba soñando", se dijo. "Qué pesadilla!" dijo en voz alta buscando compulsivamente una línea recta en el piso.
Se levantó de su silla como si de algún ritual religioso se tratara y miró a su alrededor. Estaba sólo, pero ahora no tenía la certeza de si la oficina hubiera sido alguna vez habitada.
Se encaminó a la salida mirando al piso poniendo especial cuidado en seguir la línea recta dibujada por el patrón de la alfombra.
Se topó con la puerta, ni así levantó la mirada, apagó la luz y la atravesó moviendo los labios como diciendo buenas noches pero nadie lo oyó.
Salió a la calle y todo estaba oscuro y quieto, silencio absoluto; un silencio vacío, sordo...
Caminaba como autómata sin levantar la mirada del suelo. La calle parecía distinta pero era la misma de siempre ahora habitada por seres nocturnos y uno que otro perro buscando qué comer de la basura. No lo voltearon a ver ya que no podían esta vez siquiera, oler su presencia..
Seguía caminando dando vuelta donde tenía que darla sin voltear a buscar alguna referencia para saber por dónde andaba. Caminaba buscando desesperadamente su sombra proyectada en el suelo sin dejar de repetir -"Ése soy yo, ése soy yo"...

5 comentarios: