sábado, 19 de septiembre de 2009

En busca del peyote

Eran los 90´s...pero para nosotros parecían los 60´s.
Por azares de la relación matemática interestelar, mi vida había dado un giro de 155 grados.
Se rompieron paradigmas y lo que antes condenaba se había vuelto en mi contra, mi cruz, cabe decir que la cargué con gusto, sin embargo me llevó a situaciones ridículas e inesperadas; grandes aventuras y puntos de quiebre en donde estuve a punto de perder la razón, si nó por la cantidad de hierba ilegal fumada, por la epilepsia adquirida por el abuso en el consumo de ésta.

En aquel entonces las islas, no distaban mucho de ser lo que fueron en los 60´s y 70´s y posiblemente en las décadas siguientes: zona libre de consumo y venta de cualquier cantidad y tipo de estupefacientes, drogas y sustancias ilegales.
La habitaban personajes como el inolvidable "Clark", quien además de vender mota, era melómano y vendía cassettes con la música más selecta de géneros como el Rock, blues, jazz y progresivo. Hicimos buena amistad con él e incluso íbamos juntos a conciertos, como el inolvidable de Crimson.
Recuerdo que después de éste nos llevó a visitar a su amigo, un pintor, de pocas palabras y mirada amenazante. Estaba consumiéndose el pobre, tumbado en un sillón. Así fue como lo encontramos al llegar a su casa; nos presentamos y ni abrió la boca. Sólo nos clavó la mirada y nos hizo un ademán con la cabeza en dirección a una mesa a la cual quería que nos dirigiéramos.
En la mesa había una pila de papel blanco, tinta china y un pincel. En el muro pegados, y esparcidos sobre la mesa, papeles con dibujos y caracteres hechos con tinta china. Entendimos el mensaje y esbozamos nuestro garabato.
Acto seguido nos sentamos. La atmósfera era relajada, a pesar de su mirada penetrante y agresiva. Todo en penumbra.
Libros, discos, pinturas y demás objetos regados por todas partes. Nadie hablaba, sólo la música. Clark sacó de su maletita amarilla, donde guardaba sus cintas y la droga, el papel arroz, opio y marihuana. Untó el papel arroz con el hasch y forjó un churro, le dio unos jalonsotes y lo empezó a rolar. Después otro, y otro...y no sé cuantos más.
Nadie dijo nunca nada, cada quién en su viaje. Después nos fuimos y eso fue todo, por lo menos lo que recuerdo.

Además del Clark, rolaban por ahí el Venenos. Dealer de mota y coca que bajaba del barrio de Santo Domingo. Un tipo agresivo que siempre terminaba hasta el queque y llorando. También terminó en el bote. Estaba el Acapulco, que llevaba muy buen material, ya saben de dónde...la golden, claro. Acabó en la lata y se volvió famoso ya que su detención fue cubierta en una nota de periódico.
El Halcón, dealer y matón, seguramente, ya que siempre cargaba un arma; un revólver 9mm. Tenía la expresión de maldad en el rostro y cara de querer descargarle la pistola a cualquiera.
No supe mucho de él, por obvias razones no me le acercaba y seguramente también acabó tras las rejas si no es que frío en la morgue.
El buen Quique, un pan de dios el cabrón. Vendía mois y se valía de su estatus de empleado de la casa máxima de estudios para evadir a la justicia.
Y otros tantos que seguramente no vale la pena mencionar ya que ni me acuerdo de ellos.

A las islas llegaban de todas la facultades a pasar el rato, a consumir droga y alcohol al ritmo de la música de Clark -que siempre llevaba su grabadora para acompañar el viaje - o de los güeyes que llevaban sus guitarras, harmónicas y yembés. Por cierto que a Jaime le compré una harmónica fregonsísima que el wey malbarató para comprar coca.
Se veían numerosas bolitas de estudiantes sentados en el pasto, todas con una nube de humo flotando por encima. Era como una hermandad...más bien como una tribu de drogadictos con códigos de comunicación en busca de la identidad perdida.
18! ...18!! se oía a cada rato. Era la clave para avisar que venía el vochito con la policía universitaria. Llegaban a hacer redadas y se llevaban estudiantes, pocas veces a los dealers.
Fue ahí donde me enteré de todo el tipo de droga que existía, de la manera en consumirla y contrabandearla. La verdad, nunca me atreví a probar nada que no fuera mary jane y un par de veces el opio mezclado con la mois.

Ahí conocmos al querubín, un arquitecto chaparrito güero güero con la cara de angelito, como diría el buen Rigo que en paz descanse.
El queru nos platicaba de sus experiencias con las drogas; las que me interesaron fueron la de los hongos y la del peyote. Fue ese día que decidimos ir en busca del peyote. También en busca de honguitos, pero esa será una historia que será contada en otro momento.

Y llegó el día. Estábamos bien preparados e informados. Habíamos recopilado mucha información - la lectura obligada de Castaneda - y escuchado muchas historias de universitarios que se habían lanzado al desierto a comer peyote.
Además el buen Gus era amigo de un Huichol,del cual simbólicamente en ceremonia huichol, se hizo hermano. En un par de ocasiones convivimos con este personaje, del cual sacamos mucha información en pedas de mezcal y viajes de mota en casa de Gustavo. La banda se curaba la cruda con coca, yo me la aguantaba a lo macho con unos chilaquiles hechos con chile camapana...bien picosos. Para los que no saben, el chile campana es el que pica un chingo al entrar y repica al salir.

En fin, en un jueves de diciembre emprendimos la aventura. Íbamos bien dotados de marihuana, víveres y mezcalina, la cual nos había regalado el querubín por si no encontrábamos al peyote. La mezcalina es peyote deshidratado y molido a punto de polvo, o la sustancia activa del peyote hecha polvo, la verdá no me sé el proceso.
Nos subímos al camión (cambiaré los nombres para permanecer lo más posible en el anonimato) María Ana, Camelia - hermanas - y yo, rumbo a San Luis Potosí. El destino era el pueblo de Wadley. La localidad de Wadley está situada en el Municipio de Catorce (en el Estado de San Luis Potosí) a unos 1830 metros de altitud y tiene alrededor de 5oo habitantes.
Íbamos echando bastante desmadre en el camión. María Ana y yo, que éramos bien pachecos, nos escapábamos a cada rato al baño a darnos unos pipazos. Ya estando bien grubis, decidimos no esperarnos a llegar al desierto y probar la mezcalina. No recuerdo haber adquirido un estado alterado de conciencia, mas sí de los sentidos. La luz era muy brillante, los colores alucinantes, cualquier sonido se percibía nítidamente y en general era una sensación de un rico bienestar...y de hormonas alborotadas. Acabamos en el baño una vez más pero esta vez para echarnos un polvito, un rapidín pues. Saliendo me senté junto a Camelia e inmediatamente sentí su mirada clavada en mis piernas. Mi pantalón, negro, estaba manchado de semen. Lejos de darnos pena, nos dio risa.

Total, llegamos a la estación de tren en San Luis Potosí y lo tomamos para llegar a la estación de Wadley. No recuerdo mucho, más bien nada, del trayecto en tren. Seguro nos seguíamos pachequeando. Llegamos a Wadley y de eso sí me acuerdo. Eran como las 6 de la tarde. El pueblo parecía desierto, valga la redundancia. Tenía su kiosko, el billar, la cantina, una pollería y un merendero al rededor de la plaza. Buscamos un hotelito y rentamos un cuarto para pasar la noche y salir temprano al desierto. El cuarto era pequeño, olía a humedad y las paredes estaban pintadas o grafiteadas por los lunáticos en viaje de peyote. Los motivos hacían alución al peyote, a la psicodelia y en su mayoría a extraterrestres. El típco alien con ojos grandes rasgados y negros sin nariz, sólo fosas nasales, si se les puede decir así, cabeza grande y puntiaguda y extremadamente delgados.

Pasamos la noche y a la mañana siguiente a las 6 de la mañana nos encaminamos al desierto. Salimos del territorio del pueblo, el cual estaba delimitado por una cerca de palos, ramas secas y que tenía una puerta, cosa que se me hizo por demás extraña. Al salir por la puerta, un perro se nos pegó. Empezó a seguirnos y a caminar junto o detrás de nosotros.
Por ese suceso, el mañanero y el contexto, el hecho adquirió un halo místico- mágico-musical y misterioso.
No sabíamos para dónde ir, sólo nos encaminamos para adentrarnos y puse especial atención en ubicarme y orientarme con respecto a la salida del astro rey y mi sombra proyectada en la tierra, la cual apuntaba hacia el poniente.
El desierto es fabuloso; el color de la tierra, la vegetación, el horizonte, el silencio habitado por el sonido del viento y a ratos por nuestra respiración y nuestras pisadas.
Hablando de nuestras pisadas, habíamos de tener mucho cuidado por dónde las dirigíamos, ya que el suelo está plagado de vegetación con espinas y por bolitas, semillas tal vez, que se clavaban en nuestros zapatos y en la nariz del pobre chucho. A cada rato había que estar arrancándole las bolitas con espinas, como erizos de mar, de la nariz. Nos encontrábamos a cada rato con viznagas alucinantes, enormes, milenarias...a veces con hermosas flores coronándolas. Cactáceas de todo tipo y tamaños y los locos despeinados, que llamaba yo. Creo que también son una especie de viznaga, pero a modo de palmera con sus hojas como los cabellos parados de algún loco despeinado. La experiencia era tal, que durante largo rato nos habíamos olvidado de drogarnos. El viaje era sin sustancias de ningún tipo, ni mota ni mezcalina...puros sentidos a flor de piel.
De pronto recordamos nuestro cometido. Pusimos ojo avisor y especial atención en la tierra y sus frutos para encontrar el peyote.
En algún libro leí que uno no encuentra al peyote, el peyote lo encuantra a uno. También había leído que encontrar el primero era dificilísimo, pero una vez encontrado los demás saltaban a la vista y aparecían por doquier.
Fue verdad, no hubo más que detectar uno para darnos cuenta de que estaban por todos lados. Estábamos rodeados.
No había que comerse el primero que se encontrara. Había que poner especial atención en que fuera de buen tamaño, adulto pues, y que estuviera en familia, es decir no sólo sino en grupos de 3 ó 4 o muchos más. También había que cortarlo o separarlo de la tierra con una palita de madera, jamás con un cuchillo o metal. Si es así se enoja y te regaña ya que lo ingieres.
El peyote es como uno de esos cáctus de bolita a manera de gajos y muchas veces con una florecita blanca justa arriba y al centro. Contiene numerosos alcaloides, entre ellos peyotina, anhalina, anhaloidina, anhalinina, anhalonina, lofoforina, etc., pero el más importante es la mezcalina, que es un poderoso alucinógeno.
La molécula de mezcalina es una fenetilamina, relacionada estructuralmente con la noradrenalina y dopamina, por lo que posee fuertes efectos sobre el sistema nervioso autónomo periférico, así como sobre el sistema nervioso central. Probablemente ningún fármaco de este grupo posee una capacidad tan deslumbrante para suscitar visiones, y en especial para producir las más fantásticas mezclas de forma y color. Tras una primera fase de euforia sobreviene un período de serenidad mental y relajación muscular, donde la atención se desvía de estímulos perceptivos para orientarse hacia la introspección y la meditación.
Entre los efectos que produce su ingestión están visiones y alucinaciones, distorsión de las coordenadas espacio-temporales y alteraciones del esquema corporal. Sus efectos varían en función del ánimo del consumidor, sus expectativas y el medio que le rodea, por lo que tradicionalmente se ha destacado la importancia de que el uso de esta droga fuera unido a preparativos muy concienzudos; los efectos podrían resultar impredecibles.

Total, una vez descubierto el tesoro, cada quién caminó por su lado y nos dispersamos. Queríamos estar seguros de qué peyote era el que le hablaría a cada quien.
El perrito me seguía a mí y yo tenía que seguir sacándole los erizos de la nariz al pobre animal...pero ni se quejaba, depronto volteaba y ya lo veía yo con su piercing nasal. A partir de ese momento lo bauticé como "Minahuál".
Escogió cada quién su familia de peyotes, unos 3 ó 4 por piocha y empezamos el ritual. Los limpiamos, les hablamos bonito, les pedimos disculpas y permiso para comérnoslos.
Era difícil separar los gajos o cortarlos, son muy duros. Llevábamos unas botellas con agua y jugo de naranja para pasárnoslos ya que nos habían advertido de su consistencia y sabor fuerte.
Fuerte??!! no mames, es amarguísimo. Era difícil darle 3 masticadas sin sentir el reflejo o ganas de vomitar, Amargo como la chingada. Insoportablemente amargo...no pude.
Camelia y María Ana si pudieron, eran rudas las chaparritas. Al cabo de un rato vi como se iban transformado. Las pupilas bien dilatadas a modo de ojos de cómic japonés, los cachetes bien chapeados y las fosas nasales agrandadas. Seguro estaban exitadas.
Le preguntaba yo a María que qué se sentía. No dejaba de repetir "es queno melacabo...es queno melacabo ", sin dejar de apretar, subir y bajar las pierrnas como si se estuviera meando o a manera de marcha chistosa sin avanzar. Camelia no dejaba de decir "no mames cabrón, es que no mames cabrón!" ...y ya,... me fue imposible establecer contacto con ellas.
Me puse a fumar mota y a hablar, a manera de monólogo, -quiero aclarar- con Minahuál.
Puse pacheco al pobre de Minahuál. Le daba yo un jalón al churro, acto seguido tomaba al perro por la nariz haciéndole casita y le soplaba el humo. Minahuál empezaba como a estornudar e inmediatamnete acabando se me ponía otra vez cerca de la cara y me veía fijamente, y pues le volvía a soplar. Al cabo de un rato estábamos los dos con la mirada fija, clavada y mirando a la nada. Las hermanitas en su viaje de peyote gritando, bailando y cagándose de la risa.

Ya a punto de caer la noche, les dije que era momento de buscar un lugar para acampar. Llevávamos la tienda de campaña pero no las estacas cosa que fue un problema por que no había árboles para amarrar la tienda o ramas para usarlas como estacas y fijarla a la tierra. Nos las ingeniamos con los cubiertos y navajas que llevábamos y amarramos el toldo a un loco despeinado aislado que escogimos. El campamento ya estaba, la temperatura descendía y comezaba a oscurecer. La euforia de las chicas había disminuído y querían ahora fumar mota, cosa que hicimos todos...hasta Minahuál otra vez.

Yo no había ingerido casi nada de peyote pero me di cuenta de que el poco que entró en mi torrente sanguíneo había hecho efecto, cuando me descubrí encuerado desafiando al frío...y no mames, qué pinche frío. Abría los brazos de extremo a extremo para abrazarlo, para sentirlo, para disfrutarlo.
El escroto y el pilín totalmente contraidos. Los testículos fuera su bolsita que parecía ya cáscara de nuez y totalmente metidos quién sabe dónde, pero ni se asomaban ni tantito, parecía yo Farinelli.
Miz pezones también totalmente contraidos, erguidos y las nalgas, sólo las nalgas, con piel de gallina. Mis dientes titiritaban y mi mandíbula se movía como con vida propia, sin poder controlarla.Era marvilloso, simplemente maravilloso.

Cuando cayó el negro manto de la noche, ya cerca de la media noche, enmudecimos.
La bóveda espacial encima de nosotros. Las estrellas nos tocaban la cabeza.
Planos y planos de estrellas, uno atrás y atrás y detrás de otro; las alcanzábamos con las manos. Eran miles, millones, miles de millones de estrellas formando planos tridimensionales que hacían que la tierra desapereciera y que nos situáramos totalmente libres en el espacio fundidos en el cosmos.
No sabes qué espectáculo.
No tienes idea qué sensación.
Para entonces el frío ya era algo insoportable y estábamos los 4 metidos en la tienda de campaña, acostados en el suelo y con la cabeza afuera...
Maravillados. Durante horas. Sin decir palabra.

De pronto Camelia quiso comer peyote otra vez. Así lo hicimos. Bueno, yo no más lo intenté.
Adentro de la tienda no se veía ni madre, negro absoluto. Camelia y María ya estaban de nueva cuenta en su viaje y yo fumando mota para agarrar el mío. María y yo nos pusimos de cachondos y a hacer el amor, según nosotros calladitos y discretos quesque para que Camelia no se diera cuenta. La mujer se incomodó y salió de la tienda con el chucho, no mames, qué pinche frío....falta de confianza.
Fue la vez que más cerca he estado de hacer un trío.

A la mañana siguiente despertamos, yo creo que por el silencio. María y yo ni nos dimos cuenta del momento en que Camelia entró de nuevo a la tienda.
Levantamos el campamento y nos pusimos a caminar sin rumbo fijo pero una vez más poniendo especial atención en seguir mi sombra proyectada en la tierra apuntando al poniente. Llevávamos unas 4 horas caminando. Los víveres se habían agotado. Minahuál seguía clavándose erizos en la nariz.
De pronto a lo lejos, en medio de la nada, vimos una casita. Estaba hecha de adobe y con cubierta de enramado. No tenía ventanas, sólo un hueco pequeño en una fachada y el vano de la puerta.
Nos acercamos y preguntamos por alguien. Salió un señor, un Wadleyano, con la piel bien tostada por el sol y zurcos a manera de arrugas en la cara. El señor pastoreaba cabras y hacía queso.
Le dijimos que nosmoríamos de hambre y que le pagaríamos por algo de comida. Nos invitó a entrar y la casa era muy fresca, no le entraba sol. Sólo un rayo que penetraba por el agujero de la fachada y pintaba con poca luz el interior. Olía a leña y a comal, un aroma rico. Nos invitó unos frijolitos con tortillas hechas a mano en comal y de su queso hecho in situ. No sabes qué manjar, delicioso. Los frijoles más ricos que he probado en mi vida. Un quesito verdaderamente gurmé y ni qué decir de las tortillas con sabor a leña.
El desertino no nos cobró nada. Le regalé una navaja suiza de las chiquitas y el correspondió con una rueda de queso de cabra y nos llenó las botellas de agua. A Minahúal sólo le tocó tortilla y frijoles.

Eran las dos, si mal no recuerdo. Hora de emprender el retorno.
"Y ora cómo chingaos vamos a regresar", preguntó Camelia. Muy sencillo, es cosa de seguir en dirección de la sombra apuntando al oriente. Me sentí un chingón, todo un experto en superviviencia, hasta que...se metió el sol. No habíamos tomado la precaución de parar y armar el campamento de nueva cuenta. La noche nos sorperendió por estar ensimismados y por estarnos metiendo todo por los poros; el aire, los olores, la vegetación, los colores, el paisaje, los sonidos o la ausencia de éstos...y la mota.
"Y ahora qué chingados vamos a hacer cabrón!", gritó Camelia algo histérica.
María creía y tenía fe ciega en mí...yo me zurraba en los pantalones del miedo.
"Tranquila mujer, vamos bien. Es por aquí." Decía yo mientras caminaba con seguridad y liderazgo. Por dentro quería llorar. Nos imaginaba totalmente perdidos, asaltados y a estas dos violadas.
Caminábamos, errantes y preocupados por no pisar espinas o chocar con viznagas o locos despeinados. De pronto me dí cuenta de que Minahuál era el que iba seguro y con paso firme. Todo el tiempo había estado caminando atrás o aun lado y ahora venía definitivamente de perro guía. Opté por seguirlo sin decirles nada. Decidí jugármela y confiar en el perro. en el fondo tenía la sensación de que él sabía el camino y no sólo eso, sino que ya estábamos a punto de llegar.
Al cabo de una media hora divisamos las luces del pueblo. Se rompío el silencio sepulcral y nos pusimos felices.Reíamos a carcajadas. Eran los nervios relajados.
Mi Nahuál nos regresó sanos y salvos.
Fue una verdadera locura, jamás lo volvería a hacer. Aunque es una de las mejores experiencias de mi vida...

6 comentarios:

  1. Y dicen que la vida es corta y hay que vivirla.
    Me latió tu anécdota.

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  2. Tienes una manera muy suelta de escribir que disfruto mucho amigo. Algunas de las historias contadas en ocasiones anteriores y en presencia de algunas chelas, el leerlas me resulta tan divertido como escucharlas. Buen blog mano.
    Saludos Ivo!

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  3. jajajaja, no ma..s nche konrad... que chingona aventura, me habia quedado hasta el punto donde estabas en las islas, pero ahora que termine de leer el relato, que chingón pasón karnal! y el final esta fregon, mira que dejar todo a los pasos de un perro, es valor y decisión de hacer las cosas vayan como vayan. Aunque personalmente creo que tu espiritu se apoderó del animal y fuiste tu quien sacó todo adelante, ayudado por tu instinto por supuesto. Amigo mio, te confieso que me la he pasado mejor con cada lectura de tus historias/relatos/anéctodas/ e invenciones. Creo que seguiré clavado leyendo todas las que me falta terminar en tu blog.

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  4. Mi querido Gabopessoa,
    Y a veces no nos queda más que dejarnos ir a la buena de dios o lo que más se le parezca...
    gracias por a pasar a leer, comentar y compartir.
    Ya que estamos en la hora de las confesiones, yo también fisfruto mucho y estoy al pendiente de tu blog.
    Un abrazo ciberblogero!

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